Escapada a la selva
- mferreror
- 27 jun 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 23 dic 2024
Salgo del trabajo.
24 h, con su día y su noche, para olvidar.
Conduzco despacio el coche, pensando qué hacer.
Pasear. Hace un día tan azul que lo que más deseo es un paseo verde.
Aparco cerca, la suerte de vivir al borde de un cañón natural.
Sentada tras el cristal miro arriba y a los lados, esperando una señal del camino que hoy tomaré. Debo desperezarme, arrecia el sueño.
Me deslizo al suelo y tomo consciencia de lo cansada que estoy. Me dejo llevar por la marcha de la gente alrededor. Es una mañana tranquila. Paseantes, corredores, pescadores, lectores, soñadores y durmientes predominan sobre los que ya trabajan.
La senda es larga y apetitosa. También voluble, y a veces no veo por dónde sigue, pero siempre vuelvo a encontrarla. Al comienzo siempre hay un baile de ofertas, entre la armoniosa arquitectura, los ordenados jardines, los envolventes aromas, los enigmáticos zumbidos y los alegres brillos del agua, y es difícil decidirse, apostar a seguir sólo una de la propuesta de sensaciones (recuerda pinchar las fotos para verlas completas).
Ni me di cuenta de las señales que, de tanto en tanto fueron apareciendo, como las antiguas barreras de los territorios, con dibujos en clave de civilizaciones perdidas. Es difícil avanzar y, cuando puedo, intento divisar señales a través de los puestos de vigía que quedaron de guerras pasadas. Es inútil, me digo a mí misma, nunca he conseguido saber su significado, ni por qué cada vez que llego a ciertos lugares mi impresión es la de que las hubieran cambiado. O, quizá, es que nunca llego a los mismos lugares, ni por el mismo camino.
En la selva me encuentro el camino interrumpido por un humedal, a veces río, y a veces verdadero manglar, desde donde algunas aves observan, y otros animales espían al caminante. A lo lejos, entre la explosiva vegetación, veo alguna muralla, alguna intrigante construcción de pueblos ya desaparecidos. De vez en cuando, algún tótem con inscripciones crípticas me recuerda que puedo estar en peligro. Los habitantes de la selva, siempre invisibles, observan al visitante y nunca sabes si estás arriesgando los pasos. De tiempo en tiempo me cruzo con algún tótem con inscripciones antiguas, y con incomprensibles señales que se me antojan de hostilidad.
Voy despacio, disfrutando del aleteo y del canto de aves que ni veo, y que supongo allá, en las alturas de la cúpula vegetal. En un rincón del camino, al otro lado del humedal, creo ver una zona de cultivo que me recuerda de nuevo la existencia de los habitantes invisibles. El silbido de las serpientes, ocultas tras la verdura, me recuerdan el peligro de este paseo inesperado.
Más allá, las lianas me llevan, en la imaginación, a escalar hasta las fortalezas magníficas que quedaron atascadas en la verdura, tupida, y cada vez más alta. Y alguna vez el cañón reaparece con sus rocas de todos los colores, que parecen decir al viajero "sigue las líneas y estarás a salvo, te llevamos afuera". Más tótemes y, de nuevo, barreras policromadas que me recuerdan que vuelvo a mi civilización. La espesura se aclara y vuelvo a ver otra vez el camino.
- ¡Alicia!, ¡Alicia!, ¡Qué bien que estás aquí!...
Escucho pero no entiendo. Me remuevo, anquilosada, en mi asiento tras el cristal.
- ¡Alicia!, -golpea la puerta, intentando abrirla, y grita- ¡Has llegado a tiempo!
- A tiempo... ¿de qué?
- ¡De ver el medio eclipse Disneyland!

Hoy el camino tiene una banda sonora natural.
Fotografías y vídeos tomados con el móvil iPone Xs, al salir del trabajo una suave mañana de primavera, con la luna en la bóveda, por el valle del Eresma.
Mi respeto para las personas que aparecen en cualquier entrada de este blog, donde sólo quiero recoger el pulso y la vida de la calle. Si te reconoces en alguna de ellas, puedes hacer comentarios, o pedir que la retire si es tu deseo.
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